La
ciencia, el arte y la vida se encuentran en los caminos menos transitados e imaginados;
aunque vienen de distintos derroteros al entrar en contacto forman un
trans-sistema que se vuelve sobre sí mismo para poder transformarse y transformar
su entorno, como lo dibuja poéticamente el argentino Roberto Juarroz:
El universo se investiga a
sí mismo.
Y la vida es la forma
que emplea el universo
para su investigación
En
este mundo de vida y de distinciones diversas cada quien paradigmáticamente “ve
lo que ve; no ve lo que no ve; y no ve que no ve lo que no ve” (Maturana); sin
embargo, para transcender onto-antrópicamente la visión disciplinaria, el
hombre postmoderno necesita hacer uso de todos los recursos disponibles en la integración
del sistema hombre-realidad-pensamiento, dimensionando sus haceres en lo
biológico, lo psicológico, lo arteológico, lo social y lo cultural.
Partiendo
del hecho de que la realidad fenoménica
tiene la posibilidad cierta de ser compleja, aferrarse a visiones
simplistas, dogmáticas o de pensamiento único propone la paradoja de que,
incluso, conociendo las consecuencias epistemológicas de este hecho se presenta
la difícil situación de no poder abandonar tal postura paradigmática como quien
se abraza a un caballo salvaje para no ser derribado por éste; no deseo
soltarme y tampoco deseo estar en el lomo de un jamelgo revoltoso y bestial.
Sin
lugar a dudas, tal circunstancia condena al hombre a pensar en cautiverio desde
la certeza y la monotonía; es decir, desde la nada, desde la irracionalidad de
saber que irremediablemente habrá que soltarse del caballo y caer
estrepitosamente al suelo. No importa cuántas veces montes al noble bruto, la caída es inevitable.
La certeza positiva sirve de marco a la metáfora señalada supra.
En
este contexto, surge la transcomplejidad como proyecto civilizatorio con la
construcción de conocimiento caótico como atractor matriz autopoiético donde
los respingos salvajes de un caballo se integran poéticamente con la ciencia,
con el arte y, por tanto, con la vida.
Ante esta disyuntiva relacionante y
oximorónica, la acción postdoctoral enfrenta la tensión cognitiva o
hipercatálisis para generar espacios de relaciones y confrontación dialéctica
que promuevan la reflexión erotética dinámica, constante y fractal desde una
perspectiva heutagógica.
Las
posibilidades heurísticas de un postdoctor en Ciencias de la Educación apuntan
a producir investigaciones inéditas que generen impactos significativos en el ámbito
educativo y social desde una perspectiva
transcompleja. Tales investigaciones tendrán como característica esencial la
profundidad en la reflexión y rigurosidad epistemológica, teórica y
metodológica; en un contexto signado por la autonomía, para investigar; la
creatividad, para relacionar conocimientos y atrevimiento intelectual, para
soltar las riendas del caballo y, permitir, así, que éste transite por caminos
desconocidos.
Es
imperativo, por tanto, que un postdoctor
se atreva a superar los enfoques tradicionales y propiciar nuevas formas de
pensar lo ya pensado, de conocer lo conocido y de actuar lo actuado. Para ello,
es imprescindible fomentar la discusión y productividad científica pertinente
del más alto nivel, embebida tal discusión en un ambiente de madurez
intelectual que promueva el trabajo en redes colaborativas de investigación.
Los
estudios de doctorado y postdoctorado viven de la confrontación dialéctica
constante, de la apertura a la serendipia y de construir contextos académicos
para la actualización científica y apoyar, así, el proceso de formación docente
y de investigación en los programas postdoctorales con una visión ontosistémica
de la organización universitaria.
Por todo lo anterior, se puede
afirmar que la articulación de realidades trans-subjetivas está antrópicamente
en la esencia del hombre como una visión policromática en la construcción
onto-epistemológica del conocimiento en el ámbito académico desde una
configuración transcompleja.
Nuevamente
el poeta Roberto Juarroz devela el papel heurístico del postdoctor como uno de
los principios de la transcomplejidad a través de sus versos que hermosamente
trazan un espacio de unidad divergente
ante la serendipia:
Buscar una cosa
es siempre encontrar otra.
Así, para hallar algo,
hay que buscar lo que no es.
…
De aquí no se puede ir a
ningún sitio.
A menos que encontremos un espacio
donde luz y sombra sean lo mismo
Al final, desistimos de nuestro
empeño de soltarnos del caballo salvaje y nos percatamos que ser postdoctor es
igual a abrazar un caballo salvaje al mismo tiempo que se reflexiona
heutagógicamente y se interroga a la realidad sobre lo que estamos haciendo,
donde lo estamos haciendo, mientras lo estamos haciendo; es decir, sobre el
fundamento contextualizado de nuestros haceres que no es otro que construir
conocimiento para crear un mundo mejor donde los espacios de luz y sombra se
entrecrucen como una experiencia estética-axiológica tal como la noche y el día.
A manera de epílogo, recurrimos
nuevamente al bardo argentino Juarroz
quien plantea una visión transcompleja quizás sin conciencia de ello o a lo
mejor en pleno conocimiento de lo que esta visión paradigmática significa en el
intento de desentrañar el significado de ser doctor:
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Una rosa en el florero,
otra rosa en el cuadro
y otra más todavía en mi pensamiento.
¿Cómo hacer un ramo
con esas tres rosas?
¿O cómo hacer una sola rosa
con las tres?
Una rosa en la vida.
Otra rosa en la muerte.
Y otra más todavía.
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Cada rosa expresa una visión en el
mundo de distinciones donde ciencia, arte y vida se encuentran en distintos
niveles de realidad:
Una rosa en el florero (tal vez,
la del mundo real). Otra rosa en el cuadro (quizás, la visión de un artista). Y
otra más todavía en mi pensamiento (posiblemente, la versión del científico que
al integrar las tres perspectivas da nacimiento a la visión de la vida). Justo
así es el significado de la investigación doctoral y postdoctoral en el entramado de ciencia, arte y vida.